Comunidad Terapéutica: los valores y la ética en la rehabilitación de adicciones

El problema de los valores y la ética en
la rehabilitación de adictos

LIc. Juan Carlos Mansilla
juanenlinea@gmail.com
@juanenlinea
blog: www.juanenlinea.blogspot.com.ar

Artículo publicado en Revista Libberadictus, Mexico DF. 2004.
Presentado en Congreso Latinoamericano de Comunidades Terapéuticas, Viña del Mar 2001, Chile.


Introducción

La cuestión acerca de los Valores de Vida, de la Ética, de lo Bueno y lo Malo, lo que debe y no debe hacerse, es un tema de tal densidad conceptual y de tanta diversidad de opinión, que lleva en sí mismo la impronta de lo polémico.

Por otra parte, pertenece a ese tipo de problemática universal que allí donde crezca y se
multiplique lo humano estará presente y adquirirá una forma. Aunque hoy en día hay quienes discuten que no es la inteligencia ni el lenguaje lo que distingue en el fondo alhomo sapiens de los animales, nadie duda en señalar la conciencia moral —que no es más que el recipiente de la ética como sistema conceptual— como una de las señales más claramente diferenciadoras de lo humano por sobre lo bestial.

No solo la filosofía, sino también la sociología, la psicología y la educación se han ocupado intensamente del problema ético en cuanto lo han puesto como un capítulo destacado dentro de sus discursos teóricos. Dichas ciencias lo han enfocado, cada una, desde su perspectiva, mostrando siempre tal interés en el tema, que ha quedado al descubierto la importancia que tiene para el hombre, para la sociedad y para la cultura, tomar alguna posición frente a la cuestión ética. Y no hablamos aquí de una importancia intelectual del problema, sino más bien de una importancia vital, ligada a lo cotidiano, comprometida con lo corriente, tan así que puede resolver la vida de un hombre hacia la integridad o hacia la infelicidad.

Por ello tiene más que sentido hablar de la Cuestión Ética en un Congreso de Comunidades Terapéuticas; estas alternativas de tratamiento de la drogadependencia que en su origen tuvieron, a la manera de un soplo creador, la práctica de la solidaridad como un elemento clave y regulador de su acción. Y la solidaridad es uno de los muchos hijos de una Ética en la que creemos y confiamos quienes trabajamos en Comunidades Terapéuticas.

Sin embargo la Comunidad Terapéutica (ct), o digamos para ser más amplios y justos, elmodelo socio-terapáutico-educativo de abordaje de la drogadicción, no es en sí mismo ni bueno ni malo, ni ético ni no-ético, es simplemente un modelo de abordaje, un instrumento y, como tal, éticamente híbrido.

En este sentido, decimos que los instrumentos no son en sí-mismos ni buenos ni malos. Aun un instrumento ideado para la tortura, como puede ser un cepo, hoy en día es expuesto en los museos, para explicar por ejemplo porque jamás se debe volver a los tiempos de la Santa Inquisición. Es decir que a este instrumento otrora usado para lo macabro, hoy día se lo utiliza con una mentalidad sanamente pedagógica.

Si bien ninguna ct, o modelo socio-terapéutico-educativo, es similar a un cepo puesto sobre el lomo de sus asistidos, o no debería, queda claro que para nosotros es un instrumento que, según la actitud ética con la cual los técnicos responsables lo utilicen, podrá resultar en algo bueno o en algo malo.
Dado que este tema de la ética es tan complejo, y que nuestra intención es limitarnos a algunos aspectos precisos de él, reflexionaremos sobre tres ítems absolutamente ligados entre sí:
1. La cultura de la droga y los valores de vida que propone
2. El desafío de la resocialización del adicto en tratamiento
3. Las relaciones entre la ética y el poder dentro del Modelo Socioterapéutico Educativo.

La cultura de la droga y los valores de vida que propone

Si algo tuvo de revolucionario romper con el modelo médico tradicional, como el único tipo de abordaje al problema de las adicciones, y pasar a ver este asunto desde una perspectiva más humanista (psicológica, social, educativa y filosófica), más ligada a una elección de vida que debe ser reanalizada, a una escala de valores que debe reacomodarse, si algo tuvo de revolucionario decimos, fue justamente desplazar el problema desde la esfera de drogadicción=enfermedad que curar, a la esfera dehombre/mujer=libertad para cambiar.

Esta manera distinta de ensayar soluciones fue fruto de una manera distinta también, de enfocar al adicto, el cual dejó de ser un sujeto-sujetado-a-una-sustancia, para ser unsujeto-adherido-a-una-cultura.


Es decir que el adicto comenzó a ser visto por nosotros como alguien que había elegido vivir dentro de un sistema de vida no solo reconocido por el uso de drogas, sino también por el estilo de relación que establecía con los demás, por una serie de valores a los que adhería y defendía, por una manera de expresar sus emociones, su violencia, su dolor, sus afectos, su sexualidad, su espiritualidad.

Al adicto se le comenzó a enfocar como una persona que junto con otros como él, construyó, adhirió y participó de una cultura propia donde la droga repetimos, si bien es necesaria, no es la variable absoluta. Esto significa que aunque la droga salga de escena, el adicto (aún sin drogas) seguirá pensando, valorando, proyectando y relacionándose como un adicto.

Por ello, para nosotros la solución no está solo en la abstinencia de drogas, como creían lo primeros técnicos que intentaron abordar este tema, ya que aún sin drogas un adicto que no se resocializó seguirá funcionando como tal, obviamente abriendo, en forma permanente las puertas al circuito de recaídas hasta regresar a la adicción.

Lo que decimos significa que la droga como estilo de vida es parte de una cultura propia entendida como un conjunto de costumbres, valores, creencias y lenguaje. Es decir que el mundo del adicto, le propone a éste entre otras cosas un sistema de valores propios acerca de lo bueno y lo malo, o lo que es lo mismo, una ética para la vida.

Por ello es que se necesita algo de tiempo para llegar a ser  adicto, un representante de ese grupo social. Tiempo en el cual se aprende un modo de vida y seasume algo parecido a una identidad.

Una vez que forma parte de ese mundo, el adicto tendrá una escala de valores, en una pequeña parte quizá propia, y seguro que en una gran parte compartida. Todo grupo social con identidad propia así lo plantea: "Si quieres ser de nosotros piensa como nosotros, y valora la vida como nosotros". Y cuanto más absorbe la individualidad de sus miembros ese grupo más disuelve a la persona en su conjunto, y más cerca se está entonces de grupos fundamentalistas, con una pertenencia tan fuerte e influencia tan asfixiante en sus miembros que las libertades individuales quedan anuladas.

Muchos grupos de los adictos que llegan a una ct tienen esa característica, que queda evidenciada cuando señalan que el grupo de sus pares ve a este tipo de tratamiento como una traición o deslealtad. ¿Pero traición o deslealtad a quiénes? Digamos a losvalores de vida que la cultura de la drogadicción inculcó.

Pero el Modelo Socioterapéutico Educativo (mse) supo hacer aquí un movimiento clave que en parte explica el éxito de su operatividad. A la manera de ese consejo de los luchadores orientales: "Usa la fuerza de tu enemigo", aprovechó la capacidad deagrupabilidad que tiene el adicto y que, en parte o en su totalidad (dependiendo de su historia anterior a la adicción), aprendió del mundo de la droga.
A medida que el adicto ingresó al mundo de la droga, se fue conformando a sus estructuras y adoptó primero las prácticas y luego las creencias de ese mundo. Este aprendizaje social del cual participó, si bien no anuló totalmente el sistema de creencias y valores que recibió del mundo ajeno a la droga, sí lo escindió y dividió haciéndole surgir y desarrollar otra identidad (o pseudo-identidad): la de drogadependiente.

Lo dicho significa entonces que el adicto llega a nosotros con una ética propia resultado de por lo menos dos vertientes: la de su historia familiar y social anterior a la drogadicción, y la propia del mundo de los adictos.


El desafío de la resocialización del adicto en tratamiento

El adicto que llega a tratamiento ha recorrido un proceso de aprendizaje particular en el mundo de la droga y la marginalidad, que lo llevó a adherirse a una serie de valores distintivos.

El tratamiento socioterapéutico, por otra parte, propone al adicto un proceso de reaprendizaje de costumbres, valores y creencias de vida, distintas a las que él estaba acostumbrado. Es decir que le plantea, de manera directa y frontal, la cuestión de la ética.

Por otro lado, el adicto que por propia voluntad llega a un Centro de Rehabilitación lo hace luego de haber perdido muchas cosas que por fin considera valiosas. Si bien en su propia balanza, la droga y su cultura siguen teniendo un peso significativo, una de las razones que le sostiene la motivación por un cambio en el estilo de vida suele estar asentada en algún sentimiento de pérdida lo suficiente grande como para opacar el placer que la droga le daba, y la identidad que el mundo de la droga le confirmaba.

Así, se enfrenta ante un tipo de tratamiento que no le propone: "Deja la droga y vive como quieras", sino "Deja la droga aprendiendo a vivir de nuevo". He aquí el arma secreta de todo centro de rehabilitación que se precie de utilizar el mse.

Esta invitación a armarse de un nuevo estilo de vida es, sin duda, un impacto muy duro para alguien que aprendió a ser adicto y defendió el oficio durante años, desarrollando en torno a él una autopercepción propia, una manera de enfocar su realidad, y una ética en cuanto a su modo de comportarse con los demás.

El Centro de Rehabilitación sabe que para que un adicto ingrese en un proceso de cambio, debe asumir una postura de acatamiento a su propuesta terapéutica. Por ello, todo proceso de admisión de un drogadependiente por parte de una institución especializada exige resolver el tema de quién mantiene el poder de decisión en la vida de un asistido. 

Así, el adicto es invitado a entregarse al tratamiento, delegando en los staffdecisiones y determinaciones sobre cuestiones aparentemente ínfimas que el adicto no siempre entiende como relacionadas con la droga. Lo que acabamos de decir seguro que aunque se aplica sobre todo a Comunidades Terapéuticas Rígidas, marca un estilo y una línea aplicada en distinto grado, de todo tratamiento que tienen su origen en la historia de las ct.

Este estado de entrega del adicto sustentado tanto en su percepción de pérdidas a causa de la droga, como en el pedido de subordinación que le hace la entidad que se le presenta como prestadora de ayuda, lo ubica de inmediato en una posición sumamente delicada, pues lo convierte en una persona susceptible de ser aprovechada por la institución en la que ingresó, o por cualquier persona que el residente identifique como representante de ésta. Sobre este tema volveremos en el ítem siguiente.
Así las cosas, el adicto es ingresado a un proceso de resocialización en donde son puntos claves la aceptación, incorporación y revitalización de aquellos valores de vida que le permitan elaborar un proyecto existencial sin drogas ni delito.

La resocialización implica, por tanto, que el asistido renuncie a una ética (o antiética) signada por valores (antivalores), como la mentira, el daño a sí mismo y a los demás, la desconsideración y la irresponsabilidad, por ejemplo, y acepte otra ética propuesta en su tratamiento y signada por valores como el amor responsable, la honestidad, la confianza, el respeto y el orden, entre otros.

Renuncia y aceptación aparecen entonces como dos instancias que hacen de bisagra entre una antigua y una nueva ética para la vida, por la cual se espera transcurra una persona en rehabilitación.

Aquí nos encontramos frente a uno de los principales desafíos de la eficacia de un tratamiento, el cual consiste en lograr que los procesos de renuncia y aceptacióndescritos dependan no sólo del contexto institucional en el cual se plantean y comienzan, sino sobre todo se anclen en una transformación intrapersonal genuina, de tal manera que se mantengan aún en contextos ajenos al institucional.

El proceso de resocialización de un adicto en tratamiento debe ser isomórfico con el modelo de socialización ordinario que se espera de todo niño que egresa del mundo familiar para ingresar al mundo social.

En este caso, sabemos que el niño mantiene primeramente una ética heterónoma, es decir sostenida sólo por la presión y necesidad de aprobación de su sistema familiar. 

La ética infantil, si cabe el término, no es más que un recurso de adaptación psicosocial motorizado por el deseo de cumplir las expectativas ético-morales de aquellos que diariamente confirman la identidad del niño.

A medida que la persona madura, lo heterónomo del sustento ético debe convertirse en autónomo, es decir que el sostén de las conductas que traducen determinados valores de vida dejan de estar fijados en un andamiaje externo para ubicarse en convicciones internas que hasta pueden influir como motor de cambio en nuevos y desconocidos contextos.

Un proceso de resocialización debe, en parte, repetir el modelo de crecimiento ético individual relatado. Un adicto en tratamiento socioterapéutico-educativo ingresa primeramente a un contexto de fuerte presión normativa que impone una ética definida para la convivencia, y que debe ser aceptado como condición para la permanencia en el sistema.

La primera razón por la cual ese sistema de normas y convivencia se acepta es simplemente porque no hay opción: si se perdió todo por una vida con drogas, y la alternativa de la recuperación exige participar de un contexto institucional que marca reglas y normativas para pertenecer a él, pues cumplámoslas. Sin embargo, a la hora de la reinserción social es en donde se juegan todas las cartas para saber si esas normas aprendidas quedaron en una actuación que solo buscaba el ser aceptado por la institución, o si, en realidad, fue una elección ética del individuo luego de haber actuado como si tuviera incorporados esos valores.




Visto así, las instituciones que trabajamos en rehabilitación de adictos tenemos delante un gran desafío ético, y es el de respetar la elección de valores de vida que los asistidos puedan hacer, aunque esos valores no coincidan totalmente con los nuestros.

Y esto es importante aceptarlo no sólo por una cuestión ética de la que hablamos, sino también por una cuestión estratégica, ya que si nuestro trabajo sólo se limita a modelar conductas de acuerdo con nuestros valores, el resultado será el de adictos que pueden conservar la abstinencia sólo mientras estén en el territorio de nuestras instituciones.

Por ello debemos tener una actitud sumamente respetuosa por la elección ética última que hagan los residentes de nuestras comunidades y programas, entendiendo que hay muchas manera de asumir los valores de vida más allá de cómo los asumamos nosotros, y de aceptar que para no ser un drogadicto tener nuestras normas de vida, costumbres, y creencias no es el único camino.


Las relaciones entre la ética y el poder dentro del Modelo Socioterapéutico Educativo

El poder implica siempre posibilidad y trampa. Posibilidad en el sentido de que quien lo detenta posee una herramienta para el logro de sus metas. Y trampa porque su mal manejo encierra en callejones sin salida a quien lo utiliza.

La CT y los tratamientos de ella surgidos hicieron de la explicitación del poder una instancia de indiscutible valor, indispensable para abordar las conductas sociopáticas que caracterizan a los adictos.

Pero ese poder no sólo es utilizado por las CT para aplicar normativas indispensables para el necesario control social que debe estructurar a un grupo de adictos en tratamiento. Sino que también es empleado en la esfera de lo simbólico, de lo conceptual, de manera que el asistido se ve impelido a pensar lo cotidiano de una determinada manera, a fin de garantizar su permanecia en el lugar del tratamiento.

Para un ejemplo de lo que decimos basta tomar un ítem de la llamada filosofía no escritade la ct. Me refiero a ese precepto que dice: "ACTÚA COMO SI", y que significa en lo concreto que aunque un asistido no entienda el valor de una conducta indicada para la convivencia en la Comunidad, debe "Actuar-como-si" la entendiese hasta que la incorpore y comprenda totalmente. Este es un típico ejemplo, de entre muchos, de lo que es el poder utilizado en la esfera de lo simbólico y conceptual como una herramienta para la resocialización del individuo. Su aplicación significa: "No sólo te indico lo que debes hacer, (Actúa), sino también lo que debes llegar a pensar sobre esa manera de actuar (como si)".

Este ejemplo de intervención, justamente tiene que ver con una manera de trabajo terapéutico-educativo que influye sobre el desarrollo ético que se pretende experimente el asistido.
Pero el asunto es que visto desde la ética de quien interviene, es decir los técnicos de la ct, este procedimiento plantea una serie de cuestiones éticas que ya no tocan sólo al asistido, sino en igual forma a los staff o técnicos de la institución.

Nos comprometimos en volver sobre el tema que plantea la delicada posición en la que queda un residente que se entrega a un tratamiento porque lo ha perdido todo (o casi), y se quiere rehabilitar para la vida social.

Y justamente en este tema estamos ahora. Porque nuestro staff, que goza de un gran poder sobre lo normativo y lo simbólico de una ct tiene en frente suyo un adicto entregado, que lucha por renunciar a un estilo de vida, y que, como una esponja, busca modelos de vida a los cuales acomodarse para lograr vivir sin drogas, una meta que desea, pero en verdad no sabe en qué consiste. Aparte, y como dato significativo, esta situación se da en un contexto social altamente estructurado, extremadamente influenciante sobre los individuos que contiene, y marcadamente jerárquico, donde elstaff se encuentra en la punta de la pirámide, y el asistido en la base.

Es en este cuadro recién presentado donde la cuestión ética es un evidente problema para el staff, que tiene en sus manos un poder que, claramente, aparece a la vez como una posibilidad y como una trampa.

La cuestión ética a la que nos referimos y que tiene que ver con el staff de la ct hace referencia a los riesgos inherentes de una escena integrada por dos actores que representan papeles tan distantes como distintos: el del ayudador y el del ayudado.

Porque por más que nosotros hagamos bandera de que en las ct se ha superado la separación innecesaria que los profesionales tradicionales de la salud instauraron con sus pacientes, y que en este modelo se fundó como nunca antes la imagen del par y un trato absolutamente afectuoso y caracterizado por la cercanía entre los asistentes y los asistidos, es obvio que también hemos colocado en nuestro modelo de trabajo, una distancia de peso que es propia de la dinámica entre el ayudador y el ayudado.

Y cuando en un esquema de poder, uno tiene distancia del otro, uno está más arriba que el otro, ese poder es un asunto muy delicado. La postura ética por parte del staff aparece, entonces, como una defensa y una protección ante la posibilidad de cometer abusos sobre los residentes. ¿Cómo un ayudador puede abusar de un ayudado? De muchas formas, ya sean obvias o sutiles.

Las formas obvias de abuso, lamentablemente, figuran en la historia de las ct para drogadependientes. Básicamente, implican avasallamientos a los Derechos Humanos de los residentes, y se evidencian mediante diversas formas de atropello o restricción a la libertad de pensamiento y expresión de los asistidos. En el peor de los casos, esta forma de abuso conlleva una invasión a la corporalidad de los residentes, ya sea por violencia, maltrato, exigencias laborales desproporcionales, o por la supresión de derechos elementales como el acceso a la higiene, vestimenta y alimentos.

Las formas sutiles de abuso no implican que éstas sean menos peligrosas que las formas obvias. Quizá en su implementación, por el hecho de no ser directamente agresivas, no levanten defensas ni recelos de ningún tipo, pues ingresan despacio y en forma pausada.

Esto no significa que el sutil abuso de poder sea necesariamente fruto de un plan malintencionado por parte de la institución o los staff para limitar la libertad de los asistidos o atentar contra su dignidad. Muy por el contrario, cuando hablamos de esto pensamos en sutiles abusos de poder donde el mismo ayudador está entrampado y para nada se percibe como un abusador.

Veamos. Pedir más de lo debido es una forma de abuso muy clara. Ayudar más de lo debido, ¿también lo es? Entendemos que sí, y más en el contexto de un tratamiento por drogas donde el desafío consiste en que el asistido crezca en responsabilidad y en el descubrimiento y manejo de su propia libertad.

Siguiendo esta línea conceptual decimos que una institución puede cometer un abuso sutil de su poder para con el asistido entrampándolo en la relación ayudador-ayudado, sosteniéndolo en un lugar donde el residente necesite en forma permanente, la colaboración del staff o de la Organización para llevar adelante su vida.

De esta manera, el asistido vive la relación de dependencia con la institución como una garantía de que la droga no será necesaria para su vida. Pero, por otra parte, no logra independizarse de esa relación, no consigue reinsertarse "como si" fuese una persona común en su sociedad, y permanece en esa ligazón constante.

Lo mencionado hace referencia, en parte, a la cuestión ética de las instituciones donde quienes fueron residentes en tratamiento pasan a formar parte del staff institucional, sin tener una instancia de independencia considerable de esa institución, o de otras similares.

En instituciones residencial hay que estar muy
atentos a situaciones de abuso de poder.
Otra manera de abusar de un ayudado es exigirle un cambio más grande del que vino a buscar a la ct. Si una persona adicta a drogas vino a mí para rehabilitarse, y vino en un estado de entrega y cierta indefensión psicológica y emocional, debo tener especial cuidado de no aprovecharme de ese estado de fragilidad para inculcarle una cosmovisión del mundo o una religión o una ideología, que quizás sea absolutamente altruista, válida y esencial para mí, pero de ninguna manera indispensable para vivir sin drogas.

En este sentido creo que lo ético para quien intenta dar más de lo que el adicto vino a pedir, es ser absolutamente explícito con él y decirle: "Mira, si tú buscas vivir sin drogas, nosotros podemos ayudarte, y una vez que lo consigas también podemos, si te interesa, señalarte el camino hacia la plenitud". O sea, es ético distinguir todos los aspectos de la oferta de nuestro servicio para evitar abusar de la inespecificidad de la demanda del adicto, quien no llega a nosotros en un estado de suficiente lucidez como para ponerle límites a lo que pretendemos darle.

Pensamos que dar mas de lo necesario, es una tentación de desvío ético en la cual están entrampadas muchas instituciones que actualmente trabajan en rehabilitación de adictos. Desviación que, por otra parte, no es vista como tal por estas entidades sino todo lo contrario.

Pero, ¿cómo se pueden tener valoraciones tan distintas sobre el mismo punto? ¿Cómo es que algo que para nosotros es un sutil abuso de poder y, por tanto, una desviación ética, es todo lo contrario para otra manera de ver la cosa, es decir un perfeccionamiento de su ética?

Creo que la respuesta a este punto es, en el fondo, un problema que toca las bases de la cuestión filosófica de nuestra instituciones: ¿Qué es para nosotros un adicto rehabilitado? ¿Hasta donde debemos transmitir en nuestros modelos de trabajo valores de vida, visiones del mundo y creencias?

Porque convengamos, por lo menos, que los tratamientos socioterapéutico-educativos implican necesariamente una reflexión y hasta a veces bajadas de línea en temas tan poco sencillos como, por ejemplo, los relativos al orden social, al compromiso político, a la función de la religión, el rol del ciudadano, al estilo de la vida publica y al de la vida privada, a la sexualidad y a la espiritualidad, es decir, a temas vinculados a las creencias y las no creencias de la gente.

Formulado más específicamente, la cuestión ética de nuestro trabajo con adictos debería plantearse preguntas como las siguientes: ¿Cuál es el mínimo cambio que un adicto necesita para vivir sin drogas? ¿Y que nombre le damos a todo aquello que hacemos después de haber alcanzado ese umbral mínimo: rehabilitación de drogas o adoctrinamiento en nuestra visión del mundo? ¿Hacemos explícita esta diferencia? ¿Le comunicamos esta diferencia al adicto o le incluimos todos nuestros servicios en un mismo paquete? Y si hacemos esto último ¿Es ético o implica un sutil abuso de poder?

Si dudas que ésta es una pregunta necesaria ante posibles excesos de nuestra práctica profesional. Sobre todo pensando que en toda América Latina distintas formas sutiles o expresas de abuso de poder han escrito una larga y dolorosa historia. Y sobre todo porque gran parte de ese abuso de poder fue utilizado en nombre de supuestas motivaciones altruistas: la Religión, la Sociedad Occidental, la Libertad, la Guerra por un Mundo Libre de Drogas, etcétera.

En muchas de las Instituciones aquí representadas, al trabajo se realiza en poblaciones marginales, con carencias económicas y culturales. Si en este contexto se presenta un adicto que habiéndolo perdido todo busca entregarse a una ayuda, más grande será aún nuestra responsabilidad ética en cómo abordemos a esa persona.

Por ello las ct, que entre otras cosas funcionan como una alternativa de Control Social, deben tener claramente definidos los límites de su intervención sobre la vida de los adictos que tratan. Porque sobrepasarse en la ayuda es, en el fondo, un posible acto de dominación y, por tanto, no ético.

Conclusión

Un relato del Evangelio puede ser un buen símbolo de todo lo que dijimos. Se trata de aquel en el que Jesús se encuentra con un ciego y, luego de tomar contacto con él, le hace una pregunta casi obvia: ¿Quieres que te sane?
¿No fue acaso una pregunta de más, innecesaria y, por tanto, superflua? Quien se responda que sí lo hará, en el mejor de los casos, suponiendo que quien está en condiciones de ayudar y de dar tiene derecho a hacerlo porque el estado de necesidad del otro lo habilita para actuar.

Quien se responda que no fue una pregunta innecesaria tendrá bases diferentes. Pensará que aun quien está en una aparente situación de minusvalía e inferioridad de condiciones, no por ello perdió autonomía sobre su vida y, aún mas, está en su derecho de pensar que puede negarse a recibir lo que otro que tiene más le quiere dar.

Nosotros proponemos esta segunda posición. La del respeto a la dignidad del otro, que se traduce en fomentarle decisiones sobre su libertad. Es decir, responsabilizarlo de cada elección que implique madurar y crecer sin el ancla de la droga.

De esta manera la ética propuesta debe estar al servicio de la emancipación del otro. Porque en el fondo, y resumido, en eso consiste la rehabilitación de una adicto: en acompañarlo en su lucha por la autonomía.

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